instructor monte verdeIsael Peña Acosta junto a niños del Consejo Popular de Monte Verde, en Yateras, donde vive y trabaja. Foto: Lorenzo Crespo Silveira

Entre las notas de una guitarra, la algarabía infantil y el conteo de “tres, dos, uno…” en los ensayos de un coro infantil, encontré a Isael Peña Acosta, un instructor de arte guantanamero de 26 años que en su pasión por la música perfiló su propio camino: enorgullecer a la familia y ser útil al pueblo.

 

Primeros pasos…

 

“Nací en Monte Verde, una comunidad del municipio guantanamero de Yateras, y desde bien temprano aprendí con mi familia valores sociales como la fidelidad, la responsabilidad y el respeto. Mi infancia fue sin muchos lujos, pero en casa de mis amigos aprendí cuánto necesitaba sobre el trabajo y amor a la tierra, al cultivarla y seguir desde cerca su crecimiento.

 

“Mi etapa como estudiante fue muy valiosa, sobre todo para mi formación humanística, por la dedicación y laboriosidad de los claustros de profesores. Aunque fue el periodo como instructor de música, la etapa que más desafíos me impuso. Porque tuve que enfrentarme a un mundo que ni imaginaba, inmerso en proyectos, tareas y adaptándome a la nueva rutina citadina.

 

“Todo ocurrió en 2007 en el segundo año de mi carrera. Fue entonces que comprendí el valor de mi trabajo como instructor de arte. Guitarra en mano, sin dominar bien la técnica y con unos amigos, visitamos a una niña discapacitada para compartir con ella y su familia. Aquel encuentro fue tan alegre y evocador que en él surgió la idea del proyecto El amor toca tu puerta”.

 

Anécdotas de vida

 

“Al surgir El amor toca tu puerta comencé una vida de trotamundos. Solo éramos tres, pero con tremenda energía y deseos de hacer. De las memorias vividas nunca olvido a aquella señora que no quiso recibirnos en su casa una vez, pero que después de vernos actuar incluso corría para su hogar, se maquillaba y vestía sus mejores galas para dejarnos entrar.

 

“El sabroso olor del café, la caldosa, el baile, la pintura y las historias contadas entre pobladores hacían de nuestra estancia largas y placenteras horas en vela.

 

“Y nunca faltó alguna que otra vivencia triste. Me viene a la mente ahora la historia de una niña postrada que tenía una enfermedad por la que apenas podía dar unos pasos. Cuando la brigada llegó a su casa, ella no quiso vernos, solo el padre, la madre y el hermano nos recibieron.

 

“Ya habíamos conocido casos similares, así que la dejamos en paz e iniciamos la cumbancha. Mientras, por una ventana, la niña de vez en vez se asomaba y escondía la cabeza. Y sin aguantar más la curiosidad agarrada de las paredes llegó hasta donde estábamos. En la despedida se lanzó a llantos pues quería irse con nosotros, sin nada que hacer, solo le cantamos una última vez.

 

“Yo disfruté mucho ese trabajo, aunque ocupaba mis fines de semana y exigía que estudiara de lunes a viernes. No pocas veces me escapé de la escuela para hacer el recorrido cultural. San Andrés, Jucoral, San Rafael, Vega del toro, Palenquito, etc. se convirtieron casi en mi hogar momentáneo. Allá se nos podía ver en el sube y baja de lomas, para interactuar con la gente y descubrir lugares donde ni la Cruzada Teatral había llegado.

 

“Con el paso del tiempo la tropa creció a 25, con delegados, instructores de arte, promotores culturales, y otros. Creamos espacios como Sabor Campesino, conocimos personalidades de la cultura local que habían quedado al olvido por el alcoholismo u otras circunstancias y seguimos adelante, incluso mientras estuve en el ejército.

 

“De hecho entre el cansancio, las largas horas de servicio y el trabajo como político dentro de la Unidad Militar de Montaña de Limonar, siempre hice mi tiempo para incentivar el desarrollo cultural de escuelas cercanas a la zona y cuando salía de pase, armaba coros y cantatas con un grupo de pioneros en las escuelas de Monte Verde.

 

Senda sin fin

 

 

“Yo creo que fue así que me hice mi camino entre los instructores de arte. Apoyado e incentivado por mis compañeros, en superación constante. En la búsqueda y creación de espacios para desarrollar y compartir la creación artística local. Y por eso obtuve mis reconocimientos que poco después me convirtieron en reserva del vicepresidente de la Brigada en el municipio.

 

“La sorpresa fue en el 2010 cuando se me escogió como presidente de la Brigada José Martí en Yateras, mientras trabajaba en la escuela Reynaldo Góngora. Allí tuve que desenvolverme como líder, organizador y sobre todo artista. Y lo logré. Hoy Yateras es un referente del trabajo del instructor de arte con sus cuatro iniciativas comunitarias y el proyecto sociocultural.

 

“Asimismo insto a que cada uno de mis subordinados cree su propia iniciativa, trace sus planes de trabajo y que se despeguen de esa idea que nos encasilla como simples actores culturales para armar coros, exposiciones…. Sí, hacemos eso excelentemente, pero también debemos conocer e investigar los problemas de nuestros poblados y crear alternativas para su solución.

 

 

“Las redes de colaboración con organismos como Educación y Cultura para el trabajo en las comunidades, los talleres escolares y familiares, así como las celebraciones y eventos que realizamos tienen la huella de nuestra Brigada, que siempre trabaja por una mayor identificación con la tierra natal, para que la gente protagonice los cambios y no migre.

 

“Acá las labores no paran, desde la dirección o en mi quehacer cotidiano como uno de los instructores del Consejo Popular. Mi familia siempre pregunta cómo me las arreglo, pero solo les puedo decir que hago lo que hago porque la gente cuenta conmigo y yo trato de retribuir su confianza, para eso me gradué.

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